(Los Piratas De Malasia 02) Sandokan(c.1) by Emilio Salgari

(Los Piratas De Malasia 02) Sandokan(c.1) by Emilio Salgari

autor:Emilio Salgari
La lengua: spa
Format: epub
Tags: adv_history
editor: www.papyrefb2.net


Capítulo XVII

LA CITA NOCTURNA

Todavía no se calmaba por completo el huracán. La noche era tempestuosa. Mugía y ululaba el viento en mil tonos, retorciendo las ramas de los árboles y haciendo volar masas de hojas, arrancando árboles jóvenes y sacudiendo los centenarios. De cuando en cuando un relámpago deslumbrador rasgaba las espesas tinieblas, y los rayos caían e incendiaban las plantas más elevadas de la selva.

Era una noche infernal; noche propicia para intentar un ataque contra la quinta. Por desgracia, los hombres de los paraos no estaban allí para prestar ayuda a Sandokán en su empresa.

Guiados por la luz de los relámpagos, los dos piratas buscaban el riachuelo con el fin de ver si se había refugiado en la bahía alguno de los barcos.

—¡Nada! —dijo Sandokán con voz sorda cuando llegaron a la boca del riachuelo—. ¿Les habrá sucedido alguna desgracia a mis paraos?

—Yo creo que no han salido todavía de sus refugios —respondió Yáñez—. Habrán visto que amenazaba otro huracán y no se han movido. Ya sabes que no es fácil atracar cuando se enfurecen los vientos y las olas.

—Tengo el presentimiento de que han naufragado.

—No, son muy sólidos. Dentro de algunos días los veremos llegar.

—Los citaste a reunirse con nosotros en la bahía, ¿verdad?

—Sí. Vendrán, no lo dudes. Ahora busquemos un asilo. Llueve a torrentes y este huracán no tiene trazas de ceder pronto.

—Nos vendría bien la cabaña de Giro Batol, pero dudo poder encontrarla.

—Construyamos un refugio con esas hojas gigantescas de plátano —dijo Yáñez.

Con los kriss cortaron algunos bambúes que crecían a la orilla del riachuelo, y los clavaron bajo un soberbio árbol cuyas ramas y hojas eran tan espesas que bastaban ellas solas para protegerlos de la lluvia. Cruzaron las cañas formando una especie de esqueleto de tienda de campaña, y las cubrieron con las hojas de plátano para reforzar la improvisada techumbre.

Se tendieron adentro, comieron un racimo de plátanos y procuraron conciliar el sueño, a pesar de que el huracán se desencadenaba con mayor violencia en medio de truenos ensordecedores.

La noche fue pésima.

Se vieron obligados más de una vez a reforzar la cabañita y a recubrirla con nuevas hojas para resguardarse de la espantosa lluvia que caía sin cesar.

Sin embargo, hacia el amanecer se calmó un poco el temporal y pudieron dormir hasta las diez de la mañana.

—Vayamos a buscar el almuerzo —dijo Yáñez en cuanto abrió los ojos.

Registrando entre las peñas pudieron pescar varias docenas de ostras de gran tamaño y algunos crustáceos. De postre, plátanos y naranjas.

Terminada la comida volvieron a remontar la costa, con la esperanza de descubrir los paraos. Pero no se veía ninguno en toda la extensión del mar.

—Es posible que la borrasca no les haya permitido volver —dijo Yáñez.

—Pero yo estoy inquieto por esta tardanza —contestó el Tigre.

—No te preocupes, son marineros hábiles.

Durante gran parte del día dieron vueltas por las playas; pero al ponerse el sol volvieron a internarse en los bosques inmediatos a la quinta de lord James Guillonk.

—¿Crees que Mariana habrá encontrado nuestro mensaje? —preguntó Yáñez.

—Estoy seguro.



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